“Ilumina mis miradas, y veré las bellezas de tu instrucción”.** Salmos 119:18.

De estar abiertos vuestros sentidos, no solamente veríais mensajeros justos que tratan de impresionar los corazones, sino también ángeles demoníacos que quieren neutralizar el testimonio de luz que Dios ha comunicado.

Mientras estemos en este planeta no estaremos a salvo a menos que nuestras oraciones se eleven constantemente al Dios del cielo para que nos guarde limpios de la contaminación que domina en la tierra. Nuestro Salvador nos ha dicho cómo serán los tiempos finales. Abundará la impiedad, pero las almas que estén dispuestas a la presencia del Espíritu de Dios alcanzarán capacidad para enfrentar la depravación de esta era degenerada.

Enoc vivió con Dios 300 años antes de ser llevado al cielo y la realidad del planeta no era entonces mucho más favorable para lograr la perfección del espíritu consagrado que en estos momentos. ¿Cómo vivió Enoc con Dios? Formó su mente y su interior para percibir que siempre estaba en la presencia de Dios, y cuando lo atacaba la incertidumbre elevaba su clamor pidiendo la protección divina. Rechazó seguir cualquier modo de vida que contrariara a Dios. Mantuvo al Señor en todo momento ante sí. Bien podía orar: “Enséñame tu camino, para no errar. ¿Qué esperas de mí? ¿Qué he de cumplir para glorificarte, oh Dios mío?”

Desearemos clamar con David: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”. Hay muchos que cierran sus ojos por miedo de reconocer la youtu.be/B1zGWtKUdsU luz. No quieren descubrir los fallas de su vida y de sus personalidades y se perturban si se les habla algo relativo a la voluntad de Dios. En esta decisión revelan que han definido una medida humana para ellos y que su decisión no es la voluntad de Dios. No queremos que seáis seducidos por Satanás, el primer y gran opositor de la ley de Dios. Deseamos que mantengáis en memoria que la ley de Dios es la única medida por la que seremos juzgados...

En el principio, Dios dijo: “Hagamos al varón a nuestra figura, conforme a nuestra semejanza”. Pero el error casi ha destruido la imagen moral de Dios implantada en el ser humano. Jesús vino a nuestro mundo para darnos un testimonio visible para que sepamos cómo actuar y cómo mantenernos en la ruta del Señor. Él era la imagen del Padre. El espíritu perfecto e inmaculado del Señor ha sido presentado ante nosotros como un modelo que debemos imitar. Debemos meditar, reproducir y obedecer a Jesucristo. De este modo nuestros espíritus serán transformados según la gloria y belleza del carácter del Señor. Al practicarlo estaremos delante de Dios por medio de la creencia, reclamando por medio del lucha con los fuerzas de las tinieblas el discernimiento y el amor de Dios que Adán desobedeció.